El cachemir tuvo a Josefina Bonaparte

Retrato de Josefina vestida con cachemir

Una exposición en el Museu de l’Estampació de Premià de Mar explora la importancia de este tejido en la moda europea

Bordar las heridas de guerra

 Mónica Doria, actual documentalista del museo, se dio cuenta de que una de las piezas que más se repetían en las remesas textiles guardadas en el almacén eran las prendas bordadas o estampadas con motivos de cachemir. “Fuimos estirando del hilo, estudiando los orígenes de cada pieza, y al final decidimos montar una exposición, porque la historia del cachemir va muy ligada a la historia de la industria textil catalana y europea”, explica Ariadna Rodríguez, técnica del museo y co-comisaria de la exposición Cachemir. La lágrima persa, en el MEP hasta el 25 de abril de 2025.

Una palabra polisémica 

La muestra expone una selección de piezas elaboradas bien con lana de cachemir o bordadas o estampadas con el tradicional motivo en forma de lágrima originario del norte de la India, con el objetivo de explorar la importancia de este motivo decorativo en el mundo de la moda desde su llegada a Europa hace más de cuatro siglos, hasta convertirse en un motivo atemporal totalmente integrado en nuestra vida cotidiana.

“La gracia del cachemir es que es una palabra polisémica, se refiere al tejido, a la lana en concreto, originaria de las altas montañas del Himalaya, pero también a un diseño concreto en forma de lágrima, la cachemira o butah, de origen indio o persa”, explica Rodríguez, luciendo ella misma en el cuello una pashmina estampada con flores y cachemir.

La exposición de cachemir en Premià

El regalo de Napoleón

El cachemir llegó a Europa a través de los chales tejidos de lana que los comerciantes orientales vendían a los marchantes extranjeros a mediados del siglo XVIII. Eran artículos escasos y de lujo, ya que su elaboración era artesanal y requería mucha mano de obra. Sin embargo, la situación cambió cuando la primera pashmina cayó en manos de la emperatriz Josefina Bonaparte como regalo de su esposo Napoleón, cuyas tropas estuvieron estacionadas en Egipto entre 1798 y 1801. Cuando Napoleón la descubrió, la pashmina había viajado desde el principado de Cachemira, en el norte de la India, pasando por Irán hasta llegar a Egipto. Y de allí al ajuar de la emperatriz Josefina, en Francia.

El telar Jacquard

“Se pusieron tan de moda que los productores no daban abasto”, dice Rodríguez. El mercado europeo buscaba la forma de satisfacer la alta demanda de pashminas de la India e intentó copiar estos chales para producirlos en sus fábricas, pero no lo lograban. “Era un proceso artesanal, que implicaba a muchos artesanos para hacer una sola pieza (el kanikar), de unos 300 metros, y era muy complicado importar esos telares manuales de tan lejos”, explica la comisaria.

No fue hasta el año 1810 que, con la invención del telar automatizado Jacquard, las fábricas de la ciudad escocesa de Paisley lograron copiar con éxito los diseños de los chales de cachemira. Paisley era entonces el núcleo de la industria textil de la lana y en 1850 ya había en la ciudad más de seis mil tejedores dedicados a la producción masiva de “chales de Paisley”, como se conoce en el mundo anglosajón a los diseños de cachemir.

Dos artículos en la exposición de cachemir

Menos tiempo, menos precio

Pese a no ser copias de la misma calidad, progresivamente los chales de Paisley permitieron acortar los plazos y abaratar la producción y, por tanto, cubrir la demanda. En vez de elaborar una sola pieza, se unían varias piezas (Tilikar) gracias a la habilidad de artesanos bordadores especialistas en reparar y coser recortes.

Llega la estampación

Durante los siglos XVIII y XIX la producción de cachemira fue expandiéndose por Europa, convirtiéndose en un elemento habitual en los ajuares de boda y armarios de lujo, hasta que al final del siglo XIX, con la llegada de la técnica de la estampación, empezó a aplicarse de forma masiva en todo tipo de prendas y telas, tapicería, mesas y colchas.

Fuente: https://cronicaglobal.elespanol.com/